por CLAUDIO MADAIRES
claudio.madaires@gmail.com
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Frente al antiguo espejo, que enfrento cada noche,
cuando a un paso del lecho, del dormir compartido,
te imagino mil veces con ese hermoso broche
que lucías de novia, casi yo tu marido.
Y respondes, altiva, que, aunque mujer madura,
sigues siendo tan joven como antaño lo fuiste.
Y entonces yo, angustiado, con piedad y amargura,
repito juramentos que me dejan tan triste.
Me miras a los ojos; yo a tus ojos amados.
Soportamos defectos: los muchos y tan graves.
Soportamos miserias de décadas pasadas.
Y siento, muy de pronto, que estamos muy cansados;
ambos viejos, tan viejos, tras las nocturnas llaves,
que en silencio nos vamos a soñar alboradas.
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© Claudio Madaires. De su libro Donde los amantes no se atreven
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